“...porque el niño tiene que encontrar, en alguna forma, una vía de descarga para sus complejos expresivos que no son menores que ningunos otros.” -Jesualdo Sosa
“Cada uno dibujaba lo que le gustaba. Esa era la propuesta. Lo que veía. Había una hilera de eucaliptos que tenía como una cuadra y media. Ahí era donde se trabajaba, por lo general en verano. Eran veranos, veranos, 30, 32 grados... y el flaco siempre estaba caminando... no hacía correcciones, podía hacerles después... comentarios sobre el trabajo, analizándolo juntos”.
Te digo así que no fui niño, ni juguetes tuve y hasta la risa también un día me la robaron, aunque todavía ignoro quién, ni cómo, ni cuándo fue este inocente robo que de niño me hicieron. Un seco viento cálido enredado en arena golpea los carteles de letras en la pared de cal descolorida. El aire es de epidemia; un zumbido de moscas anda suelto en la sala en donde nuestras voces se hacen una: palotes y gramática y lectura... y yo en las nubes. Mi corazón si joven, ya cansado del viento y de la arena, del torvo paidotriba vigilante y de esa primavera insenescente. ¿Qué edad tendría mi inquietud ya entonces?